13 de febrero de 2011

Starbucks y yo

Tengo una esporádica relación con Starbucks.
Cuando era estudiante (5 largos años, que a partir de marzo volverán a mí), sólo me podía permitir un café de Starbucks una vez al mes... si es que no tenía muchas fotocopias que sacar y no subían el precio del transporte público (Transantiago)

Cuando pasé semestres más relajados donde podía ahorrarme un poco de plata, me iba a estudiar a un Starbucks. Me apoderaba sin piedad de una de las mesitas redondas, y la tapaba con mis apuntes, libros, fotocopias, destacadores de todos colores y blocks para apuntes. Me encantaba.
Si hacía frío me tomaba un Venti (vaso más grande) de chocolate caliente con un poco de vainilla, y si hacía calor pedía un Frappuccino en base de té de Frambuesa o Mango.
Y sí, lo admito: me sentía MUY sofisticada, como si estuviera en EEUU en vez de Santiago (Shantiasco) Chile, y fuera una estudiante gringa de Harvard, Yale o Sarah Lawrence tomando a sorbos mi Venti de Starbucks.

Y cuando entré a trabajar, aunque me veía obligada a ahorrar el 80% de mi sueldo (por razones que ya tocaremos), parte del 20% estaba destinado a Starbucks. Y ya no tenía que estudiar ni acaparar la mesa. Me sentaba feliz con un libro de Marian Keyes (una de mis autoras preferidas) o una edición de Mujercitas (libro preferido, colecciono ediciones) tomando un cappuccino, un mocka algo o un té. Y sí, sintiéndome MUY sofistacaada, muy gringa y muy interesante.

Así me di cuenta de que Starbucks puede ayudarme a hacer mi vida fascinante e interesante, aunque sea de vez en cuando.
Y quizás algún día, Marian Keyes escriba sobre mí...

[Pepo y yo además tuvimos una de nuestras primeras citas en Starbucks... pero acordarme de eso sólo me dan ganas de llorar]

No hay comentarios:

Publicar un comentario